diumenge, 14 de febrer del 2010

No quiero necesitarte… porqué no puedo tenerte.

En mi imaginación, en mañanas neblinosas o en tardes en que el sol se pone sobre las aguas al noroeste, trato de pensar qué puede ser de tu vida y qué estarás haciendo mientras pienso en ti. Nada complicado…salir al jardín, sentarse en el columpio del porche, estar ante el fregadero de la cocina. Cosas así.

Lo recuerdo todo. Tu olor, tu sabor a verano. La sensación de tu piel contra la mía, tus susurros cuando te amaba.

Una vez Robert Penn Warren dijo esta frase:”…un mundo que parece abandonado de Dios…” No está mal, se parece bastante a lo que siento a veces. Pero no puedo vivir siempre así.

No me gusta tenerme lástima. No soy de esa clase de hombres. Y la mayor parte del tiempo no me siento así. Por el contrario, me siento agradecido por haberte encontrado. Podríamos haber pasado uno junto al otro, como dos partículas de polvo cósmico.

Dios o el universo, o lo que uno elija para nombrar los grandes sistemas de equilibrio y orden, no reconoce el tiempo terrestre. Para el universo, cuatro días no es distinto de cuatro mil millones de años luz. Trato de tenerlo siempre presente.

Pero, al fin y al cabo, no soy más que un hombre. Y todas las elucubraciones filosóficas que puedo conjurar no me salvan de desearte, todos los días, a cada momento, ni del despiadado lamento del tiempo, el tiempo que nunca puedo pasar contigo, dentro de mi cabeza.

Te amo profundamente, totalmente. Y así será siempre.
El último cowboy,

Robert