Querida Francesca:
Te envío dos fotografías. Una es la que te hice en el campo a mediodía. Espero que te guste tanto como a mí. La otra es de Roseman Bridge antes de que yo retirara la nota que habías clavado allí con una tachuela.
Estoy sentado aquí, recorriendo las zonas grises de mi mente en busca de cada detalle, de cada momento que pasamos juntos. Me pregunto una y otra vez, “¿Qué pasó en Madison Country?”, y trato de juntarlo todo.
Miro a través de un objetivo, y estás tú en el otro extremo. Empiezo a escribir un artículo, y estoy escribiendo sobre ti. Ni siquiera sé bien cómo volví aquí desde Iowa. De alguna manera, el viejo camión me trajo a casa, pero apenas recuerdo los kilómetros que recorrí.
Haces unas semanas me sentía equilibrado, razonablemente satisfecho. Tal vez no profundamente feliz, tal vez un poco solo, pero al menos contento. Ahora todo ha cambiado.
Ahora sé que estuve yendo hacia ti, y tú hacia mí desde hace largo tiempo. Aunque ninguno de los dos percibía al otro antes de que nos conociéramos, había una especie de inconsciente certeza que cantaba alegremente bajo nuestra ignorancia, asegurando que nos reuniríamos. Como dos pájaros solitarios que vuelan por las grandes praderas por designio de Dios, en todos estos años y estas vidas hemos estado yendo el uno hacia el otro.
El camino es un lugar extraño. Por él andaba yo arrastrando los pies, y ahí estabas tú, caminando por la hierba hacia mi camión, un día de agosto. Viéndolo retrospectivamente, parece inevitable (no pudo haber sido de ninguna otra manera): es un caso de lo que yo llamo la alta probabilidad de lo improbable. De manera que ahora estoy viviendo con otra persona dentro de mí. Aunque creo que lo expresé mejor el día que nos separamos, cuando dije que hemos creado una tercera persona a partir de nosotros dos. Y ahora me acecha ese otro ser.
De alguna manera tenemos que volver a vernos. En cualquier parte, en cualquier momento.
Te amo
Robert.
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